Pasaron unos días, Hiriko y Yaika estaban en el sofá de su casa, ella acercándose y él apartándose de ella y, empezaron a oír mucho alboroto en el piso de arriba y, unos segundos después, en las escaleras.
- Hola, papá. ¿Va todo bien?
- Hola, no -dijo Kazuya atándose los zapatos-. ¿Recuerdas cuando te dije que habían subido bastante el número de asesinatos en Tokio? Bueno, pues el número se ha triplicado en 24 horas aproximadamente, tengo que irme a ver qué está pasando.
- - ¿Cómo? -se levantó Hiriko-. Ese hijo de puta...
Pero, de repente, desaparecieron tanto Kazuya como Yaika y todo se volvió negro.
- ¿Papá? ¿Yaika? ¿Cuántas más cosas sin sentido voy a tener que vivir? -dijo enfadado.
- ...Todo tiene un sentido... -escuchó él detrás suya.
Hiriko se giró y no vio nada.
- ¿No acabo de oír... -se extrañó.
- ...No permitiré...
- ¿Qué está pasando? -no paraba de mirar a su alrededor hasta que, por fin pudo distinguir como una suave brisa celeste se unía y formaba un cuerpo que levitaba.
- Hiriko... -se acercó a él-. Fue él...quien...
...me mató...